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Antes de la Semana Negra


Sí, ya están con las obras de acondicionamiento. Se oye maquinaria maniobrando, obreros, herramientas, órdenes. Al otro lado del muro.

Voy a poder entrar en unos momentos a verlo por dentro, pero no puedo resistirme a grabar desde aquí. Como si lo estuviese robando en un acto de contraespionaje cultural, en modo clandestino, subrepticio. Sibilino. O en busca de un tesoro, o de un plato de comida estando muerto de hambre.

De momento estarán con lo más profano, lo elemental. El recinto es el espacio vacío abandonado por unos astilleros. Hay cosas que hacer tan básicas como arreglar el firme con grava y apisonadoras; Se tienen que levantar los entoldados, distribuir la electricidad, preparar los servicios básicos. Poner vallas bordeando los muelles, contratar y recibir al personal. Decorar, colocar mercancía. Diseñar la logística, comunicarse con la prensa y las autoridades, etc.

Al entrar le veo el esqueleto a la “Semana”. Es un primer instante de desconcierto - esto está todavía en pañales-, pero al momento siento la familiaridad de la distribución, idéntica a las últimas ediciones. El encargado suelta de pasada que los de la noria ya han llegado con los camiones, los han aparcado y se han ido, que probablemente no empezarán a montar hasta el día siguiente, con la calma. Y que no es que haya mucho movimiento. Pero ya que estoy allí, no me voy a dar la vuelta.

Veo que los tenderetes de las librerías ya están montados, pero aún no tienen ni estanterías. Las carpas de las exposiciones carecen de los paneles de los que colgarán las obras. Pero la Carpa del Encuentro, donde se hacen los actos más relevantes, ya está casi acabada. Al día siguiente tienen que hacer la presentación a los medios de comunicación, así que será la primera. Delante, hay una motoniveladora distribuyendo el grijo por el suelo. Dentro, los carpinteros ultimando detalles. El escenario a punto.



Dejo la zona y sigo adelante. Atravieso el “distrito” de los bares. Aún hay huecos, que pronto se llenarán de comida y bebida. El escenario central aún está abajo, pero los pilares ya se levantan firmes. Hay algunos carpinteros construyendo barras y estanterías, pero no me interesan. La idea en mente se impone. Me dirijo a las atracciones.

Cuando llego veo que, aunque apenas hay una o dos levantadas, ya están casi todos los espacios ocupados. Voy, lo tengo claro, en busca de la noria. Aunque esté todavía cargada en los camiones, sola, quiero acercarme a verla.

Pero, para mi sorpresa, los camiones están empezando a ser descargados y ya están colocando las primeras piezas. Un mecano enorme que necesitará mucha mano de obra, entre engranajes y electrónicas. Pero que empieza con el ruido de una grúa descargando.

Estoy ahí, satisfecho. Me saludan y se lo devuelvo con un gesto. Sonrío, porque lo tengo: El sonido de cómo se construye un símbolo, casi inseparable ya, de la Semana Negra. Puro fetichismo, lo sé.




El último día (hoy) pasarán por las puertas litros de bebida, kilos de comida y bibliotecas enteras. Preparándose para la gran “Semana Negra”, la más negra de todas. Y mañana se abrirán para el público y para los autores y autoras. Y yo pienso estar allí también.




PD.- A la vuelta la motoniveladora había sido sustituida por una apisonadora. Un hallazgo.




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